Pobre diablo

 El libre mar presta su libertad al espíritu; 
¿Quién sabe allí lo que es reflexionar? 

El enviado del mar vence a las aguas y forma un reino enorme. Pero eso no le basta, porque hay una pequeña casita en una colina que le arruina el paisaje y le da toc. Así que envía a los tres violentos con la orden de desalojar a los moradores. La cuestión escala una banda y los dementes hacen mierda todo y prenden fuego la casa con una pareja de viejitos adentro, demostrando que Fausto ha abandonado por completo la virtud, en favor de sus caprichos.

Sin embargo, esa es su última injusticia, porque, mientras el humo se disipa en el horizonte, cae la noche y con ella cuatro fantasmas en forma de mujeres canosas: la escasez, la culpa, la inquietud y la necesidad. Todas conversan con el doctor y se van, pero la que se queda es la necesidad, que es otro nombre para la muerte. 
Fausto hace un balance de su vida y dice:

No he hecho otra cosa que tener deseos y realizarlos, para luego volver a desear… 
Este mundo para el hombre inteligente no es mundo 
¿Para qué necesita él andar errante por toda la eternidad?

y cree haber conseguido la culminación de la sabiduría, aquello que asumía no poder alcanzar y que lo tenía deprimido al comienzo de la obra, un delirio de moribundo:

Solo merece la vida y la libertad aquel que tiene que conquistarlas todos los días.

Por eso muere satisfecho y sonriente como Gol D. Roger. Pero pierde. Esa satisfacción es lo que hace que el pacto se cumpla, el reloj se pare y Mefistofeles pueda pasar a cobrar su alma y festejar la hermosa nada: 

Lo acabado y la pura nada son exactamente lo mismo ¿Para qué nos sirve el eterno crear? Para que lo creado se disipe en la nada. ¿Qué se puede decir de algo si ha acabado? Que es como si no hubiera existido… En lugar de ello, preferiría el vacío eterno.

En The Tragical History of the Life and Death of Doctor Faustus de Christopher Marlowe, escrita 200 años antes que la obra de Goethe, Fausto es arrastrado al infierno por demonios mientras grita desesperado. 

Fausto se ha ido: observa su caída infernal,
cuya perversa fortuna puede exhortar a los sabios
solo a maravillarse de cosas ilícitas,
cuya profundidad seduce a tales ingenios atrevidos
a practicar más de lo que el poder celestial permite.

El de Marlowe es un final predecible y moralista. Con un mensaje como el del spiderman uruguayo: “no te zarpes en lo que estás haciendo”. Pero Goethe cambia el final y le inyecta una sobredosis de neoplatonismo mezclado con chistes bufarrones. 

El amor deja entrar solamente a quien ama

Los ángeles, que prefiero imaginar como rollingas rubias y emplumadas, seducen y distraen al diablo con sus espaldas aladas y sus redondos culos, mientras se llevan el alma de Fausto cantando a coro:

Wer immer strebend sich bemüht, den können wir erlösen. 
Merece la salvación por manija.

Si el diablo festejaba la quietud y la nada es porque es el lugar que le ha quedado después de ser desterrado, lo opuesto al todo. Probablemente, el peor pecado de Mefistófeles sea no comprender que hay sentido en el crear por crear, aunque todo termine. Fausto es lo contrario: es deseo, aspiración, lucha constante y búsqueda. La parte brillante del alma de Fausto, que salvan los ángeles, es el no contentarse con lo dado, el impulso creador, la chispa divina que tiene que ascender y volver a la fuente de toda la creación, al Ewig-Weibliche (eterno-femenino) que nos conduce y nos llama, compasivamente, al todo y al uno.






Comentarios

  1. Merece la salvación por manija es buenisimo jajaja es buen la visión de un Fausto que se salva porque hace por hacer, porque al final la vida es eso, una constante búsqueda y hacer por hacer. Lo del eterno-femenino me pareció una locura, creo que hay una idea muy salada de eso cómo lo femenino que da vida, combinada con la idea del amor, el deseo que es lo único que da cohesión al mundo. Todo destinado al Ouroboros

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