La sabiduría

Fausto comienza esta tragedia diciendo que, si bien, hace diez años que arrastra a sus discípulos de acá para allá, en definitiva, no podemos saber nada. No le alcanzó con estudiar ni la filosofía, ni la teología, ni las ciencias. Se rindió ante el camino del conocimiento y optó por dedicarse a la magia, a la búsqueda de una revelación arcana, de algún espíritu que le arrebate su ignorancia. Podemos decir que finalmente ha comprendido algo: que no hay camino humano hacia la sabiduría. Y es su criado quien enfatiza esta idea cuando dice que el arte es largo, pero nuestra vida corta, que moriremos antes de llegar a las fuentes. Tampoco el camino de las artes puede hacernos sabios y a pesar de que podría, es tarea de elfos o inmortales, porque nosotros hemos llegado al mundo con la certeza de morir demasiado pronto. 

Por otro lado, Fausto también muestra que aquellos que han sido sabios y han enfrentado a la plebe con su punto de vista, han terminado crucificados o en la hoguera. Como si la verdad no pudiera ser pronunciada entre los hombres, como si fuera un horror o un pecado. Ya sabemos que Odín perdió su ojo a cambio de la sabiduría, que es algo insoportable de ver incluso para un dios y que tiene siempre consecuencias. 

Ante el desamparo absoluto y el fracaso de su empresa Fausto piensa en el suicidio, en tomar el último riesgo, el de convertirse en parte de la nada. Sin embargo no lo hace. Apuesta nuevamente por la vida y sale a la calle donde lo esperan muchachos y bellas damas, soldados, viejas y burgueses. En ese mar de confusión y de opiniones, donde todos siempre tienen algo que decir, encuentra a un mendigo que pide a todos, sin éxito, que se dignen a verlo y luego les dice: sólo es feliz aquel que puede dar. No se que habrá pensado Fausto al respecto, él estaba en sus cosas, persiguiendo al perro negro, al que las viejas confunden siempre con el diablo. La sabiduría suele esconderse en los lugares menos pensados, a veces, como Fausto, no nos detenemos ante ella.


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