Un frasco
En los capítulos que van desde el jardín hasta la noche, Fausto, más caliente que pava de sordo, propone a Margarita drogar a su madre para entrar por la ventana y hacer crujir la cama sin riesgo de despertarla.
Con que dolor se dejan algunos lugares y, sin embargo, uno no se puede detener. Dice el demonio, hablando de los viajes con Marta, quien le replica que está muy bien dar vueltas por el mundo siendo joven pero que más cerca de la muerte es mejor estar acompañado. Mefistófeles asiente con un refran: Un lugar propio y una buena mujer son más valiosos que las perlas y el oro. Pero, es evidente que lo que dice es pura retórica, sólo está haciendo tiempo para Fausto, eligiendo las palabras que convengan a la ocasión para mantener el diálogo. Más adelante muestra su verdadera opinión cuando le dice a Fausto: Es bueno probar, pero después hay que volver a buscar lo nuevo.
Hay algo de demoníaco en la masculinidad. Ya sea por negocios, aventuras o guerras, el hombre se encuentra en perpetuo movimiento, y va tambaleando del deseo al placer y cuando tiene el placer, ansía otra vez el deseo. Esa parte masculina errante es consecuencia de la caída, del destierro del paraíso. El hombre siempre buscará algo que no existe en esta tierra disputada por ángeles y demonios.
Por otro lado, hay algo de divino en la feminidad, que se manifiesta en la castidad como devoción. Es una forma de habitar el mundo en conexión con lo divino y por lo tanto con la verdad. Por eso Margarita intuye que Mefistófeles es alguien terrible, por eso puede rezar a la virgen y ser escuchada. Por eso los oráculos siempre fueron vírgenes en todas las religiones. Mientras que la pretensión masculina de de saberlo y dominarlo todo, mediante la ciencia y la acción, aleja a Fausto de la sabiduría divina, es la inocencia y la renuncia lo que acerca a Margarita a Dios y a la verdad.
Contrario a lo que se dice en el Génesis, el hombre es siempre más propenso a ser manipulado por los demonios, a la errancia, al abandono de sus hijos y a la violencia de la guerra. Sólo puede salvarlo el amor, que es lo que permite al mundo seguir su curso y no extinguirse. Solo a través de la mujer puede, por fin, verle la cara a Dios.
De mis favoritos en los que escribiste, conciso y profundo para unos capítulos que me parecieron super complejos. El juego entre el deseo y el placer es brutal, y después el contraste entre lo demoníaco y lo Divino me encanta como lo encaraste
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